Una reflexión desde la fe sobre la adopción y la propuesta de Jorge Navarro

Como hombre de fe y líder religioso, he aprendido que el amor es el mandamiento más grande que nos dejaron. No importa cómo se manifieste —dos mamás, dos papás o cualquier forma que el corazón elija—, lo esencial es que sea auténtico, que construya hogares donde los niños y las niñas encuentren refugio, cariño y un futuro. En Puerto Rico, hemos dado pasos valientes para honrar esto. La adopción por parejas del mismo sexo es un derecho conquistado, un logro que refleja lo mejor de nosotros como pueblo: la capacidad de poner el bienestar de los más vulnerables por encima de prejuicios. Desde que en 2018 se aprobó la Ley de Adopción de Puerto Rico, bajo el Proyecto de la Cámara 29, hemos visto cómo el amor, en todas sus expresiones, ha tejido familias diversas y sólidas. Eso es algo que, como creyente, celebro con el alma.

Pero hoy, en 2025, me duele ver cómo nuestra fe está siendo usada como excusa para dar pasos atrás. El representante Jorge Navarro Suárez ha presentado una nueva iniciativa que busca darle inmunidad legal a agencias de adopción religiosas para que puedan rechazar a parejas del mismo sexo sin rendir cuentas. No es la primera vez que enfrentamos propuestas así; lleva el eco de intentos pasados que han querido disfrazar el discrimen con el manto de la “libertad religiosa”. Navarro asegura que esto no es discrimen, que solo protege las creencias de estas organizaciones. Pero, como líder de fe, lo digo sin rodeos: esto no es fe, es miedo. Si una agencia puede negarle a una pareja amorosa y capaz la oportunidad de formar una familia solo por ser del mismo sexo, eso es discrimen con todas sus letras. Escudarse en la religión para justificarlo es una traición a lo que realmente significa creer.

No estamos solos en este panorama. En los últimos meses, hemos visto una ola de propuestas que, bajo el pretexto de beneficiar a ciertos grupos religiosos, les dan carta blanca para excluir. Esto no es nuevo; es un hilo que conecta con iniciativas pasadas que han intentado lo mismo. ¿Qué está ocurriendo aquí? Parece un intento descarado de borrar la separación entre Iglesia y Estado, un principio que, como hombre de fe, defiendo no porque limite mi creencia, sino porque la protege. La fe verdadera no necesita imponerse; florece en la libertad, en el respeto, en el amor al prójimo. Decir que esto es “proteger la religión” es una excusa frágil cuando el resultado es claro: más niños esperando en un sistema colapsado, sin el abrazo de un hogar que los acoja.

Piensen en esto conmigo: en Puerto Rico, cientos de menores están bajo la custodia del Departamento de la Familia, soñando con una familia. La adopción no es un lujo para las parejas; es un derecho sagrado de esos niños a ser amados. Desde que las parejas del mismo sexo pueden adoptar, hemos sido testigos de cómo el amor ha transformado vidas, cómo ha dado esperanza donde antes no la había. Eso es lo que está en juego con esta nueva propuesta. Cada rechazo basado en prejuicio es un niño que se queda atrás, y como líder religioso, no puedo quedarme callado ante eso.

Esta iniciativa de Navarro no solo va contra el espíritu de inclusión que hemos construido; también mancha nuestra fe al usarla como escudo para el odio. La adopción no debería ser un campo de batalla ni venir con condiciones dictadas por el miedo. No podemos permitir que se convierta en una herramienta para decidir quién merece amar y quién no. Porque esto no es sobre creencias; es sobre control. Y como hombre de fe, rechazo que mi religión sea utilizada para justificar algo tan contrario al mensaje de amor que nos enseñaron.

Entonces, desde mi púlpito, les invito a reflexionar: ¿qué clase de pueblo queremos ser? ¿Uno donde el amor se viva en todas sus formas o uno donde se esconda tras dogmas y excusas? Los derechos de la comunidad LGBTIQ+ —el matrimonio igualitario, la adopción, la protección contra el discrimen— no son una amenaza; son una bendición que nos hace más humanos, más cercanos a lo divino. Pero propuestas como esta nos recuerdan que esos avances no son eternos; hay que defenderlos con la misma pasión con la que predicamos.

Hablemos con el corazón en la mano: esta nueva iniciativa no es fe, es una máscara para el rechazo. No es amor, es exclusión. Como líder religioso, como hombre de fe, digo basta. Que el amor —el que no juzga, el que no discrimina— siga siendo la raíz de nuestras familias, sin importar cómo se vean. Porque al final, lo que importa no es a quién amas, sino cómo amas. Y en eso, Puerto Rico puede ser un faro. No dejemos que nos lo apaguen con pretextos que no honran ni a Dios ni al prójimo.

Ruddys Martínez: Madre de Todos, Icono Eterno de Amor y Evangelio Viviente.

Por: Rev. Ignacio Estrada Cepero.

Imagen cortesía de Joe Alameda

Hay seres humanos que transforman el mundo con su luz, almas que convierten cicatrices en alas para otros. Ruddys Martínez fue uno de esos espíritus excepcionales, una figura inmortal en el corazón de Puerto Rico. Conocida como “La Pantoja de Puerto Rico” por sus más de cuarenta años imitando con maestría a Isabel Pantoja, llevó a los escenarios un arte lleno de glamour y pasión boricua. Otros la llamaron “Mami Ruddys” con reverencia y cariño. Más allá de los títulos, Ruddys se convirtió en un ícono de la comunidad LGBTIQ+, una guerrera del amor cuya vida dejó una huella imborrable.

No todos supieron comprenderla. En una isla donde la fe a menudo se alzaba como juez, muchos religiosos —o mal llamados religiosos— la condenaron por vivir su verdad. La lapidaron con palabras, molestos por la libertad con que desplegaba su espíritu: una mujer trans, artista del transformismo, un ser que desafiaba sus normas. Les irritaba su risa, su autenticidad, su brillo imposible de apagar. Desde púlpitos, la señalaron, olvidando que el evangelio que profesaban no habla de rechazo, sino de amor.

Sin embargo, Ruddys encarnó ese evangelio con su vida. Mientras la juzgaban, ella tendía la mano; mientras la excluían, construía refugios. Fue un faro en la oscuridad, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, hospedaje al forastero y abrigo al necesitado. En ella se cumplían las escrituras, no con sermones, sino con actos de bondad. Madre, amiga y protectora, acogió a jóvenes LGBTIQ+ rechazados por sus familias, ofreciéndoles un hogar y un amor que sanaba. A pesar de las complicaciones de la diabetes que marcaron sus últimos años, nunca dejó de dar hasta su partida el 26 de noviembre de 2023, fue un pilar para los perdidos y una maestra para los artistas del transformismo.

En este marzo de 2025, cuando las políticas regresivas de Donald Trump amenazan a la comunidad LGBTIQ+, especialmente a las personas trans, Ruddys resurge como un refugio y un llamado. Su historia es un arma de esperanza, un recordatorio de que el dolor puede volverse fuerza. Desde los años ochenta, deslumbró en escenarios con trajes diseñados por ella misma —obras maestras que rivalizaban con cualquier pasarela— y un talento que era resistencia pura. Inspirada por Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, entendió que el arte podía ser un grito de dignidad.

No la conocí en persona, pero su historia me abraza. Sobre mi escritorio reposa una pintura del artista puertorriqueño Mario Beltrán, que captura su esencia: majestuosa, con una mirada profunda y una sonrisa cálida. Abajo, dice: “Madre de Todos”, un eco de lo que fue para tantos. Hoy, cuando el miedo acecha, Ruddys se alza como un manto sagrado, tejido con las vidas que tocó y los derechos que ayudó a conquistar. Desde el cielo, nos arropa y nos susurra que la verdadera fe está en amar, no en juzgar.

Este no es solo un homenaje; es un clamor de justicia. Ruddys nos convoca a tomar las calles, a convertir cada espacio en un escenario donde defendamos con nuestros colores los derechos que ella y otros nos legaron. “Pantoja de Puerto Rico”, “Mami Ruddys”, madre de todos: tu vida nos sostiene, tu ejemplo nos guía. En estos tiempos de lucha, sabemos que nos cubres con un manto eterno, tejiendo desde las estrellas un legado de amor que nos lleva hacia la libertad.

“Nos están matando: El asedio global a la comunidad LGBTIQ+ en 2025”

El presente es una trinchera

Ser LGBTIQ+ en 2025 es resistir un asedio. Los gobiernos de derecha que dominan el panorama global —desde Washington hasta Buenos Aires— han declarado una guerra silenciosa pero brutal contra esta comunidad. No se trata solo de leyes derogadas o discursos vacíos: son vidas truncadas, familias desprotegidas y un odio que se cuela en cada rincón, amplificado por los titanes de la tecnología y el capital. Mientras lees estas líneas, alguien trans teme salir a la calle, una pareja gay duda si tomarse de la mano, una adolescente lesbiana calla su identidad. Este artículo no es un pronóstico: es un retrato crudo de lo que ocurre ahora, un grito por las vidas que la derecha y sus aliados corporativos quieren borrar, y un llamado a no rendirse.

Trump aprieta el cerco

Donald Trump asumió su segundo mandato hace menos de tres meses y ya ha desatado una ofensiva sin precedentes contra la comunidad LGBTIQ+. El Proyecto 2025, impulsado por la Heritage Foundation como hoja de ruta conservadora, es ley en varios estados. En Tennessee, desde febrero, las personas trans no pueden actualizar su género en documentos oficiales. Taylor, un hombre trans de 28 años en Nashville, vive en un limbo legal: “Mi licencia dice algo que no soy. Si me paran, ¿qué les digo?”. Los crímenes de odio escalan rápidamente: en las últimas semanas, tres ataques fatales contra personas LGBTIQ+ han sacudido Texas y Florida, según datos preliminares del FBI, que proyecta un aumento del 25% en incidentes este año.

Las clínicas de afirmación de género cierran por falta de fondos federales. En California, Mia, de 19 años, lleva un mes sin hormonas: “Me miro al espejo y no me reconozco. El gobierno me está quitando mi vida”. Activistas marchan en Washington contra una propuesta de Trump para prohibir la adopción por parejas del mismo sexo, una medida que podría concretarse este mes. El mensaje es inequívoco: en la América de 2025, la diversidad no tiene cabida.

Milei deja caer las máscaras

En Buenos Aires, el gobierno de Javier Gerardo Milei, en el poder desde 2023, ha convertido su ajuste económico en un ataque directo a los derechos LGBTIQ+. El desmantelamiento del INADI y la falta de fondos para el cupo laboral trans son realidades palpables. Sofía, una mujer trans de 35 años en La Plata, relata: “Fui a renovar mi inscripción al cupo y me dijeron que no hay presupuesto. Vivo de changas, pero no sé cuánto más aguante”. La violencia no da tregua: en lo que va de año, 18 personas trans han sido asesinadas, según la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA), un 50% más que en 2024.

El discurso de Milei contra las “agendas woke” enciende a grupos anti derechos. En Córdoba, una marcha evangélica pidió “limpiar” la ciudad de “desviados”. Para Juan y Pablo, una pareja gay de 40 años, esto significa no salir juntos al anochecer: “Nos insultaron en el colectivo. Nadie dijo nada”. El abandono estatal no es pasivo: es un aval al odio que crece sin control.

Los gigantes tecnológicos y corporativos: Cómplices del despojo

X y Meta no son meros observadores: son cómplices activos en este asedio. Bajo Elon Musk, X se ha convertido en un campo sin reglas donde el odio prolifera. Las políticas contra el discurso de odio, ya débiles, han desaparecido casi por completo desde su llegada. Un tuit reciente que califica a las personas trans de “aberraciones” suma miles de interacciones sin ser moderado, mientras Musk lo amplifica con sarcasmo: “Libertad total”. Las campañas de igualdad que Twitter alguna vez impulsó —como #LoveIsLove— son un eco lejano; ahora, X prioriza una “libertad de expresión” que da vía libre a insultos homofóbicos y transfóbicos. Activistas estiman un aumento del 30% en publicaciones anti derechos LGBTIQ+ en la última semana, según un análisis preliminar de la ONG GLAAD.

Meta, liderada por Mark Zuckerberg, sigue un rumbo similar. En enero, Zuckerberg anunció una “revisión” de las políticas de moderación que eliminó la verificación de datos y relajó las normas contra el discurso de odio. En Instagram y Facebook, comentarios que tildan a las personas LGBTIQ+ de “enfermos” o “peligrosos” circulan sin filtro. Un post reciente en Tennessee que pide “excluir a los gays de la enseñanza” acumula cientos de likes, sin intervención de la plataforma. Meta, que antes ondeaba banderas arcoíris, ha borrado toda huella de apoyo a la diversidad. “Nos adaptamos al discurso mainstream”, justificó Zuckerberg, una excusa que huele a capitulación tras su donación de un millón de dólares a la toma de posesión de Trump, según reportes de The Washington Post.

Los algoritmos de ambas plataformas agravan el daño: en X, el contenido polarizante se viraliza; en Meta, la falta de moderación proactiva deja el odio a la deriva. Esto no es accidental: Musk y Zuckerberg han alineado sus intereses con líderes como Trump y Milei, sacrificando a la comunidad LGBTIQ+ por lucro y poder. Mientras, Walmart al igual que otras grandes compañías refuerza esta tendencia al retirar productos LGBTIQ+ de sus tiendas en estados conservadores, cediendo a grupos anti derechos, según denuncias de Human Rights Campaign. Estas corporaciones no solo se desentienden: construyen el escenario donde el odio se normaliza.

Un cerco global

El asedio trasciende fronteras. En Brasil, gobernadores bolsonaristas bloquean refugios LGBTIQ+ mientras la policía ignora ataques. En São Paulo, un joven gay fue golpeado cerca de una estación de metro; los transeúntes grabaron, pero nadie intervino. En España, Vox presiona para vetar charlas de diversidad en escuelas: en Sevilla, Marta, una madre lesbiana, retiró a su hija de clases tras hostigamiento. “Le dijeron que sus mamás son un error. Tiene 10 años”, dice entre lágrimas. En Italia, el gobierno de Giorgia Meloni recorta fondos para líneas de ayuda LGBTIQ+. La comunidad global enfrenta un patrón: la derecha no solo retrocede derechos, los borra.

El eco del odio, la Fe y el poder de la mano

Iglesias conservadoras amplifican este cerco. En Estados Unidos, pastores celebran en redes leyes que protegen la “objeción de conciencia” para discriminar. En Argentina, un líder evangélico proclamó en X: “Con Milei, Dios vuelve a mandar”. En Brasil, la bancada religiosa en el Congreso planea frenar el reconocimiento de uniones civiles diversas este mes. Estas palabras no son inofensivas: son combustible para quienes insultan, golpean o matan en nombre de una moral torcida.

Vidas en juego

La comunidad LGBTIQ+ no vive a medias: sobrevive. Es Camila, una chica trans en Bogotá, escondiendo su identidad para no perder su trabajo. Es Luis, un padre gay en Miami, temiendo que le quiten a su hijo adoptivo. Es Elena, una activista en Madrid, gritando en una plaza porque su voz es lo único que le queda. Son personas, no estadísticas, enfrentando un mundo que las empuja al borde. Pero también resisten: en Buenos Aires, un colectivo trans reparte comida en un barrio olvidado; en Nueva York, una vigilia recuerda a las víctimas del odio.

Decidimos no callar

La derecha global, con el respaldo de Musk, Zuckerberg y corporaciones como Walmart, quiere que la comunidad LGBTIQ+ desaparezca. Pero no lo hará. Cada vida bajo ataque es un motivo para luchar, para exigir respeto pleno, no migajas de tolerancia. Este no es un texto sobre mañana: es sobre ahora, sobre las personas que se levantan contra el odio mientras lees. No dejemos que las maten. No ahora, no nunca.

El Silencio de los Corderos: La Iglesia en la Era Trump y la Traición al Amor.

Soy pastor de la Iglesia Evangélica Luterana en los Estados Unidos, y desde mi rincón de fe he sentido cómo el regreso de Donald Trump al poder en 2025 ha desatado una tormenta que sacude nuestra nación y pone a prueba el alma de nuestras iglesias. Este artículo nace de mis vivencias, de mi lucha diaria por tejer un diálogo que haga de la iglesia un puente de amor e inclusión, no una frontera que divida. Pero lo que veo me quema por dentro: políticas de odio que golpean a inmigrantes, a la comunidad LGBTIQ+ —especialmente a las personas trans— y a tantos otros vulnerables, amplificadas por iglesias que han dejado de ser refugios para convertirse en megáfonos de agendas políticas que pisotean la justicia y siembran discriminación, marginación y estigma. Con un corazón profético y un grito que no puedo contener, denuncio cómo hemos torcido el evangelio para alimentar el odio, cómo nuestro silencio nos hace cómplices, y cómo algunos, desde la fe, traicionan a Cristo mientras dicen hablar por él.

La Era Trump: Un Reflejo de Nuestra Doble Cara

El regreso de Trump ha desatado políticas que, disfrazadas de “valores cristianos”, arrancan la dignidad de los más frágiles. Las deportaciones masivas, impulsadas por figuras como Thomas Homan, amenazan con destrozar a familias inmigrantes que llenan nuestros templos. La comunidad trans enfrenta leyes que les cierran puertas y palabras que los convierten en blanco fácil. Pero el verdadero escándalo no está solo en el gobierno; está en nuestras iglesias. He visto líderes usar la Biblia como arma para condenar a las personas LGBTIQ+, mientras olvidan que esas mismas páginas nos llaman a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es una doble cara que Jesús ya desenmascaró cuando llamó a los fariseos “sepulcros blanqueados” (Mateo 23:27), pulcros por fuera, podridos por dentro.

Hay quienes aplauden estas políticas como si fueran un mandato del cielo, pero, ¿qué cielo bendice la exclusión de inmigrantes o el rechazo a las personas trans? Estos líderes, envueltos en autoridad espiritual, siembran odio desde la fe, traicionando el evangelio que juran defender.

El Silencio que Nos Condena

En mi ministerio, he peleado por una iglesia que sea puente: un lugar donde inmigrantes encuentren refugio y la comunidad LGBTIQ+ sea abrazada como parte de la creación divina. Muchas iglesias —luteranas, episcopales, presbiterianas, metodistas, UCC entre otras— hemos caminado hacia esa luz. Hoy, muchas de nuestras congregaciones reciben a ministros y ministras ordenados, abiertamente miembros de la comunidad LGBTIQ+. Algunos de ellos no solo son líderes comunitarios, sino que ocupan posiciones de autoridad como obispos, moderadores o al frente de nuestras denominaciones. Estos líderes son faros de esperanza, voces proféticas que, desde el amor, desafían el odio y nos recuerdan que la fe no excluye, sino que abraza. Pero las políticas de hoy nos prueban. Algunas iglesias han aceptado favores del gobierno a cambio de callar frente al odio. Otras, por miedo o comodidad, han cerrado la boca. Ese silencio no es paz; es complicidad.

He oído a feligreses pedirme que no “mezcle política con fe”, pero, ¿acaso no es político callar cuando deportan a nuestros hermanos? ¿No es político ignorar el dolor de las personas trans? Vendemos nuestra conciencia por un puñado de beneficios o por no incomodar. Ese silencio traiciona al Cristo que volcó las mesas de los cambistas (Juan 2:15) y dio la cara por los marginados.

La Iglesia y el Estado: Una Línea Borrada

Esta complicidad está borrando la línea entre Iglesia y Estado, un muro que protege nuestra libertad y la justicia. En Puerto Rico, el Proyecto del Senado 1 (PS 1), presentado en 2025 por el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, es un ejemplo vivo. Llamada “Ley del Derecho Fundamental a la Libertad Religiosa en Puerto Rico”, esta propuesta promete defender la fe, pero sus críticos —yo entre ellos— vemos un peligro claro. El PS 1 permitiría a negocios, escuelas y personas rechazar servicios a otros, como a la comunidad LGBTIQ+, si dicen que va contra sus creencias. Aunque la Constitución ya protege la libertad religiosa, esta ley va más allá: ofrece inmunidad legal a quienes discriminen, abriendo la puerta a rechazar a una pareja gay en una tienda o despedir a una persona trans de un trabajo, todo bajo el manto de la religión. Es un arma disfrazada que legaliza el odio y pisotea la igualdad.

En los Estados Unidos, el Proyecto 2025, empujado por sectores evangélicos conservadores, sigue el mismo camino: fusionar fe y poder, desde imponer el descanso dominical hasta cercar derechos de minorías sexuales y reproductivos. Esto no es defender la religión; es adorar el poder. Jesús rechazó esa oferta cuando el diablo le puso el mundo a sus pies (Mateo 4:8-10). Pero algunos, desde la fe, corren a tomarla.

Voces Proféticas Silenciadas

Mientras algunas iglesias avanzan en amor, otras, aliadas al poder, intentan callar las voces que se alzan contra el odio. Figuras como Donald Trump, junto a quienes perpetúan el odio, han tratado de silenciar las voces proféticas que desde nuestras iglesias denuncian la injusticia. Pero no pueden apagar el fuego que arde en muchos de nuestros líderes. Recientemente, una obispa episcopal pidió clemencia para la comunidad inmigrante y alzó su voz por las personas trans, recordándonos que el evangelio es un llamado a la compasión, no a la crueldad. Su ejemplo es una luz en la oscuridad, pero también un recordatorio de cómo el poder —tanto en el gobierno como en las iglesias que se prestan para el odio— conspira para acallar a quienes se atreven a hablar. Desde los púlpitos que aplauden la exclusión hasta los pasillos de Washington, se teje una red para sofocar estas voces proféticas que nos invitan a ser puentes, no murallas.

Un Grito que No Puedo Callar

Desde mis vivencias como pastor, no puedo quedarme quieto. Hacer iglesia no es solo hablar de amor; es gritar contra la injusticia. Miqueas lo dice claro: “Hombre, él te ha declarado qué es lo bueno, y qué pide Dios de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). Nuestra fe no puede ser un eco de políticas que aplastan la dignidad; tiene que ser un rugido que las confronte. A quienes siembran odio desde el púlpito, les digo: han perdido el amor primero; arrepiéntanse. A las iglesias que han abierto sus puertas, les ruego: no den marcha atrás. Seamos puentes donde los inmigrantes encuentren hogar, donde las personas trans sean amadas como hijas e hijos de Dios, donde el evangelio junte lo que el mundo separa.

A esta nación, advierto: el odio que hoy echamos raíz desde algunos altares nos devolverá una cosecha de división y dolor. A quienes tuercen la fe para justificar la opresión, les lanzo las palabras de Cristo: “¡Ay de ustedes, guías ciegos!” (Mateo 23:24). Su doble cara está a la vista. Dios quiere justicia, no tiranía; amor, no exclusión.

Que este artículo, escrito desde mi corazón de líder de fe, sea un grito en el desierto, un llamado urgente a despertar y actuar. Que la Iglesia deje atrás la complicidad con el poder y abrace su alma profética. Porque si no lo hacemos, no solo perderemos nuestra voz; perderemos el alma misma de lo que creemos. Con esto pongo punto final a este texto, un testimonio vivo de nuestra lucha por una iglesia que no se doblegue, sino que se levante en amor y justicia.

Invitación a vivir la Cuaresma: Un camino de amor y esperanza

El próximo miércoles 5 de febrero iniciaremos nuestro caminar cuaresmal con la Imposición de Cenizas, un signo que nos recuerda nuestra fragilidad y nuestra necesidad de Dios. Durante cuarenta días, nos adentraremos en un tiempo sagrado de reflexión, arrepentimiento y renovación, preparándonos para celebrar la victoria de la vida en la Pascua.

Sin embargo, vivimos tiempos marcados por el miedo. El miedo a lo desconocido, el miedo al otro, el miedo a perder lo que creemos seguro. Este temor paraliza, divide y nos aleja del llamado de Dios. Pero la Cuaresma es una oportunidad para elegir un camino distinto: el camino del amor que nos conduce a la esperanza.

Como Iglesia, estamos llamados a ser testigos de ese amor, un amor que no excluye, sino que abraza; que no condena, sino que restaura. En estos días de reflexión, oración y servicio, preguntémonos: ¿De qué temores necesitamos ser liberados? ¿Cómo podemos encarnar el amor de Cristo en medio de la incertidumbre?

Los invitamos a vivir esta Cuaresma con corazones abiertos y manos dispuestas. Caminemos juntos, fortalecidos por la fe y sostenidos por la gracia, hacia la esperanza que nunca defrauda.

Bendiciones en este tiempo santo.

Rev. Ignacio Estrada Cepero.

“A DIOS ROGANDO, Y A SU IGLESIA FRACCIONANDO”

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La historia nos ha enseñado que el poder, en manos equivocadas, puede disfrazarse de virtud mientras blande un arma. “A Dios rogando, y con el mazo dando”, reza el refrán popular, y pocas veces ha cobrado tanto sentido como en el gobierno de Donald Trump. Su ascenso al poder vino acompañado de un cortejo hábil hacia las comunidades religiosas, especialmente los evangélicos, con promesas de proteger sus valores y devolver la fe al corazón de la nación. Sus palabras, a menudo salpicadas de alusiones bíblicas, pintaron la imagen de un líder guiado por Dios. Pero, como era previsible, el mazo no tardó en aparecer, revelando una doble moral que no solo traiciona el evangelio, sino que fractura el mismo cuerpo de Cristo: su iglesia.

Ese mazo se ha traducido en un discurso de odio y exclusión que hiere profundamente los principios del amor cristiano. Desde el inicio de su presidencia, Trump señaló a los inmigrantes como enemigos, sembrando división y miedo hacia el prójimo, en clara oposición al mandato de Jesús en Mateo 22:39: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Más allá de las palabras, sus políticas han llevado esa fractura a un nivel tangible. Permitir que agencias como ICE irrumpan en lugares de culto —espacios sagrados de refugio— en busca de inmigrantes indocumentados es un golpe directo al corazón de la iglesia. Aunque esta medida fue bloqueada temporalmente, su sola existencia denuncia la hipocresía: ¿cómo se puede clamar a Dios mientras se pisotea el santuario donde su pueblo lo adora?

Esta división no solo separa a los creyentes de los vulnerables, sino que rompe la unidad que Pablo exhorta en 1 Corintios 12:12-13: “Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo”. Cuando líderes religiosos apoyan o callan ante estas políticas de odio, permiten que el cuerpo de Cristo se fragmente, priorizando alianzas políticas sobre el mandato de amor y unidad. Trump ha manipulado la fe como un instrumento de poder, rogando a Dios en público mientras reparte estocadas que dividen a su iglesia.

Entonces, ¿qué queda de la fe cuando se usa para justificar la exclusión? ¿Cómo pueden líderes que proclaman seguir a Cristo respaldar un evangelio adulterado por el miedo al extranjero? “A Dios rogando, y con el mazo dando” se convierte en un lamento por una iglesia dividida, donde el amor es moneda de cambio y la piedad una máscara. Quienes aún creen en el evangelio auténtico tienen el desafío de sanar estas heridas, recordando que la fe no se doblega al mazo del odio, sino que lo enfrenta con la unidad y el amor que Cristo dejó como legado.

CAMINAMOS CON ESPERANZA, CAMINAMOS CON JUSTICIA.

El pasado jueves, llevamos el Evangelio a las calles de Río Piedras. No solo lo proclamamos, sino que lo encarnamos en nuestra presencia, en nuestro testimonio, en nuestra acción. Porque la Buena Noticia no es solo un mensaje para ser escuchado en los templos, sino un fuego que nos impulsa a salir, a caminar, a acompañar.

Por segunda vez, nos hemos reunido como esfuerzo ecuménico para acompañar pastoralmente a la comunidad inmigrante que vive en Puerto Rico. Nos mueve la certeza de que el Dios de la vida camina con los desplazados, con los marginados, con aquellos a quienes el mundo quiere invisibilizar. Nos mueve el mandato ineludible del Evangelio de defender la dignidad de cada ser humano, de anunciar con firmeza que el Reino de Dios no es un privilegio para unos pocos, sino una casa de puertas abiertas para todos.

Queremos agradecer a este pueblo fiel, a esta iglesia que no se cansa, que no se conforma con la comodidad de la indiferencia. A quienes oran con los pies, a quienes han entendido que la fe sin acción es una fe vacía. En estos tiempos de crisis y exclusión, necesitamos una fe que restaure, que sane, que desafíe las estructuras de injusticia que oprimen a nuestros hermanos y hermanas migrantes.

Hoy hemos cantado las grandezas de Dios, hemos escuchado las voces de quienes viven con miedo. Miedo a la deportación, miedo a llevar a sus hijos a la escuela, miedo a salir de sus casas para hacer las compras, miedo a acudir al médico. Miedo a existir en un mundo que les niega el derecho a la seguridad y a la paz.

Escuchamos la historia del barbero haitiano, un hombre trabajador que ve cómo sus clientes desaparecen porque el temor ha paralizado a su comunidad. Vimos los rostros de madres que cada día se preguntan si podrán regresar a casa con sus hijos, de trabajadores que viven bajo la sombra constante de la persecución. Vimos el dolor de aquellos que han sido reducidos a simples cifras en un sistema que deshumaniza.

Ya hemos caminado por las comunidades de Barrio Obrero y Río Piedras. Y no nos detendremos. La próxima comunidad será Puerto Nuevo, porque seguimos avanzando con «Camino a la Esperanza» , una peregrinación de fe y justicia que proclama que nadie camina solo, que nadie es ilegal ante los ojos de Dios, que nadie debe ser tratado como un extraño en la tierra que el Creador nos dio a todos.

Como iglesia, alzamos nuestra voz profética y denunciamos con claridad: nos oponemos a las políticas que siembran miedo y odio, a las leyes que despojan a las familias de su derecho a estar juntas, a los sistemas que promueven la xenofobia y la exclusión. Nos oponemos a toda estructura que atente contra la hospitalidad, la acogida y la dignidad de la comunidad inmigrante.

Porque nuestra fe no es neutral. El Evangelio nos llama a tomar partido, y nosotros elegimos estar del lado de la justicia, del lado de la compasión, del lado de Cristo, que fue un niño refugiado, un migrante sin tierra, un profeta perseguido.

(Agradecemos al Pastor Gabriel Ñanco el Arte y al Hermano Lester la Comunicación)

#JusticiaSocial

«Derribando Muros, Construyendo Puentes: Un Canto de Justicia y Amor»

Es hora de alzar nuestra voz en un canto de justicia, un canto que resuene en las calles, en los templos, en los corazones endurecidos por el miedo y la ignorancia. Es hora de proclamar que la dignidad no es negociable, que la humanidad de cada persona es sagrada y que el amor nunca debe ser motivo de condena.

El colectivo trans ha sido perseguido, silenciado, marginado por quienes no han querido ver la belleza de la diversidad. Pero la dignidad no depende del reconocimiento de las mayorías ni de las leyes que intentan borrar identidades con un trazo de tinta. La dignidad es inherente, porque cada ser humano es imagen y semejanza de Dios. Y Dios no comete errores.

Las palabras de Carla Antonelli en su intervención ante el Parlamento español nos recuerdan la urgencia de este momento. Con su voz firme y valiente, denunció la violencia y el odio que tantas veces se han justificado bajo pretextos ideológicos o religiosos. Habló del sufrimiento real de quienes han sido despojados de su derecho a existir plenamente, de quienes han sido forzados a huir de sus hogares, de quienes han perdido la esperanza porque la sociedad les ha negado su humanidad.

El odio deja heridas profundas, muchas veces invisibles para quienes lo propagan, pero devastadoras para quienes lo sufren. Las agresiones, el rechazo, la discriminación no son simples opiniones; son armas que destruyen vidas, que empujan a tantos al suicidio, a la desesperación, al miedo constante. Cada insulto, cada ley que niega derechos, cada rechazo en la familia o en la iglesia, suma peso en el alma de quienes solo buscan vivir con dignidad. No podemos seguir ignorando esta realidad. ¿Cuántas vidas más deben apagarse antes de que tomemos conciencia de que nuestras palabras y acciones tienen consecuencias?

Necesitamos construir familia, reconstruir corazones y sanarlos. No se trata solo de leyes o de discursos, sino de restaurar lazos rotos, de abrir puertas en lugar de cerrarlas. El verdadero cristianismo no es condena, es redención. No es exclusión, es abrazo. No es muerte, es vida en abundancia. Cada persona trans que sufre rechazo es una herida en el cuerpo de Cristo, y cada acto de amor y justicia es una señal del Reino de Dios en la tierra.

Los templos, los espacios de liderazgo y las comunidades deben ser lugares de refugio y no de persecución. No podemos seguir participando de la espiral de odio que nos arrastra. No podemos seguir permitiendo que los púlpitos sean usados como trincheras para lanzar piedras en lugar de ser espacios de gracia y restauración. No podemos seguir justificando la exclusión con un evangelio que, en su esencia, es radicalmente inclusivo. Si seguimos fallando en amar, entonces hemos fallado en todo.

Es imperativo que la justicia no sea vista como una concesión, sino como un derecho inalienable. Desde todas las posiciones de liderazgo, desde cada rincón de nuestra sociedad, debemos preguntarnos: ¿estamos usando nuestro poder para edificar o para destruir? ¿Estamos siendo agentes de amor y justicia o instrumentos de violencia y opresión? Es hora de vestirnos de compasión en lugar de arrogancia, de humildad en lugar de superioridad. Es hora de hacer de nuestras comunidades espacios seguros donde cada persona pueda ser quien es sin miedo.

Este no es un llamado a una sociedad cada vez más dividida, fragmentada en cada una de sus estructuras. No es un discurso antirreligioso, porque quien escribe este artículo es un pastor, un servidor de Dios, pero también un servidor del amor y la inclusión. Mi fe me llama a amar, no solo a quienes piensan como yo, sino también a quienes son distintos a mí, incluso a aquellos que me ven como su enemigo. El evangelio que predico es el de la inclusión, el que nos exhorta a amar sin barreras y sin condiciones.

Este artículo es un llamado a construir un Puerto Rico donde podamos abrazarnos más allá del color político, de nuestras creencias, de nuestra orientación sexual, identidad de género o nuestra fe. Es un llamado a la convivencia desde el respeto, a la justicia como base de nuestra sociedad y al amor como el principio que nos guía. Si nos encontramos en el amor, encontraremos el verdadero propósito de nuestra existencia.

Llamemos al amor. Aprendamos a respetar el amor en todas sus manifestaciones. Porque solo cuando aprendamos a mirarnos con los ojos de Dios—con ojos de amor, misericordia y justicia—seremos capaces de construir el Reino de Dios aquí en la tierra. Y ese Reino no es uno de exclusión, sino de abrazos abiertos y mesas extendidas para todas, todos y todes.

Una Iglesia en Constante Reforma

Génesis 45:3-11, 15; Salmo 100; 1 Corintios 15:35-38, 42-50; Lucas 6:27-38

Introducción

Hoy nos hemos reunido como cuerpo de Cristo para ser desafiados, para escuchar el llamado de Dios a una renovación constante. Como iglesia, no podemos conformarnos con la comodidad, ni con la repetición de tradiciones vacías. Somos llamados a ser una iglesia contextual, evangelizadora y servidora. Una iglesia en constante reforma, para poder mostrar la grandeza de Dios por medio de nuestro testimonio.

Valoración del Tiempo después de Epifanía y Preparación para la Cuaresma

Hemos vivido este tiempo después de Epifanía como una oportunidad para contemplar la manifestación de Dios en Cristo, iluminando nuestras vidas con su amor y verdad. A través de las Escrituras, hemos sido llamados a reflexionar sobre la misión de la iglesia y a dejarnos transformar por la luz del Evangelio. Pero este camino no termina aquí. Ahora nos preparamos para entrar en la Cuaresma, un tiempo de introspección, de conversión y de renovación.

La Cuaresma es un tiempo para transitar con humildad el camino que nos lleva a la Pascua. No es un tiempo de simple resignación o tristeza, sino un tiempo de esperanza y transformación. Es la oportunidad para reflexionar sobre nuestra relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Nos invita a la oración, al ayuno y a la práctica de la justicia, como medios para alinearnos con la voluntad de Dios. Cada paso que damos en este camino nos acerca a la celebración del misterio pascual, la victoria definitiva de la vida sobre la muerte en Cristo resucitado.

Una Iglesia que se Transforma para Servir

En Génesis 45, encontramos a José revelándose a sus hermanos. Aquellos que lo vendieron, que lo traicionaron, ahora están frente a él temerosos. Pero José no se deja llevar por la venganza; al contrario, ve la mano de Dios en su historia. Dios lo puso en una posición de poder no para su propio beneficio, sino para salvar vidas.

Así también, la iglesia no existe para su propio bienestar, sino para ser un instrumento de salvación, de restauración y de amor en el mundo. Estamos llamados a trascender nuestros conflictos internos, a perdonar, a abrazar a aquellos que nos han herido, porque nuestra misión es reflejar la misericordia de Dios.

Una Iglesia que Evangeliza con su Testimonio

El Salmo 100 nos invita a alabar a Dios con alegría, a servirle con gozo. Pero la mejor alabanza no es solo la que entonamos en nuestros cultos, sino la que vivimos en nuestra vida cotidiana. Pablo, en 1 Corintios 15, nos recuerda que así como una semilla debe morir para dar fruto, nuestra vida en Cristo también debe ser transformada.

Nuestro testimonio debe ser evidencia de esa transformación. No basta con decir que somos cristianos, debemos vivir como tales. Debemos amar al caído, restaurar al herido, ser una iglesia que no excluye, sino que abre sus brazos con amor incondicional.

Una Iglesia que Ama y Practica la Justicia

Jesús, en Lucas 6, nos llama a algo radical: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a quienes los odian». Esta es una iglesia en reforma: una iglesia que no responde con odio, sino con amor. Que no se encierra en sus templos, sino que sale al encuentro del que sufre.

Pero, ¿qué significa realmente amar a nuestros enemigos? Significa romper con el ciclo de la violencia y el rencor. Significa ver en cada persona la imagen de Dios, incluso en aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Amar a nuestros enemigos no es un llamado a la pasividad, sino a una justicia que se ejerce desde el amor y la compasión.

En un mundo lleno de división, donde la injusticia y la discriminación son pan de cada día, estamos llamados a ser diferentes. Ser una iglesia que lucha por la equidad y la dignidad de todas las personas. No podemos callar ante la explotación de los más vulnerables, ni ser indiferentes ante el sufrimiento del prójimo. Debemos levantar la voz contra la opresión, denunciar la injusticia y acompañar a los que sufren.

Una iglesia que ama y practica la justicia no se conforma con discursos vacíos, sino que actúa. Alimenta al hambriento, viste al desnudo, defiende al extranjero, protege al huérfano y la viuda. Nuestra fe se vuelve real cuando se traduce en acciones concretas de amor y justicia. Si queremos ser una iglesia reformada y reformadora, debemos abrazar el llamado de Jesús a ser agentes de cambio en el mundo.

El amor del que habla Jesús no es sentimentalismo, es una decisión diaria de vivir para los demás. Es renunciar al egoísmo, es servir sin esperar nada a cambio. Es elegir el camino del sacrificio, del perdón y de la reconciliación, incluso cuando es difícil. Si queremos ver un mundo transformado, primero debemos transformarnos nosotros mismos.

Invitación a la Celebración de la Transfiguración

Querida iglesia, estamos llamados a una reforma constante. No podemos quedarnos en la historia, en la tradición sin vida, en una fe sin acción. Debemos ser una iglesia viva, que transforme, que evangelice con hechos, que sirva sin condiciones y que ame sin reservas.

El próximo domingo celebraremos la festividad de la Transfiguración, un recordatorio de cómo Cristo se revela en su gloria. Así como Jesús fue transfigurado, así también nosotros estamos llamados a ser transformados. Que esta sea nuestra oración: «Señor, transfigúranos, renuévanos, haznos una iglesia en constante reforma, para que el mundo pueda ver en nosotros tu grandeza». Amén.

La Salud Mental como Prevención: Protegiendo a la Juventud de Puerto Rico ante el Bullying y la Discriminación

En Puerto Rico, la salud mental de la juventud enfrenta una crisis silenciosa pero devastadora. Los altos niveles de bullying, rechazo y discriminación hacia comunidades vulnerables, especialmente la población LGBTQ y, en particular, las personas trans, han generado una emergencia que no puede ser ignorada. La salud mental no es un lujo ni un capricho; es una necesidad fundamental para el bienestar y la prevención de problemas que, de no atenderse, pueden desembocar en consecuencias irreparables.

El impacto del bullying y la discriminación.

Los estudios han demostrado que el bullying, tanto en escuelas como en espacios comunitarios, tiene efectos profundos en la salud mental de las víctimas. La exclusión, la violencia verbal y física, y el rechazo familiar y social pueden derivar en ansiedad, depresión e incluso ideas suicidas. Para la juventud LGBTQ, estos riesgos se incrementan exponencialmente. Según organizaciones de derechos humanos, las personas trans enfrentan niveles alarmantes de violencia, lo que los coloca en una posición de vulnerabilidad extrema.

A nivel clínico, el impacto del bullying y la discriminación en la salud mental de la juventud es alarmante. Estudios de la Asociación Americana de Psicología han demostrado que las experiencias de rechazo y violencia social pueden desencadenar trastornos como ansiedad generalizada, trastorno de estrés postraumático (TEPT), y trastornos depresivos mayores. Además, los niveles elevados de estrés en la adolescencia pueden afectar el desarrollo neurológico, lo que a su vez puede aumentar la susceptibilidad a enfermedades mentales crónicas en la adultez.

La comunidad trans, en particular, sufre un alto riesgo de disforia de género, que puede agravarse por la falta de acceso a atención psicológica y afirmación de su identidad. La falta de apoyo familiar y social contribuye a la autolesión y a conductas de riesgo, incluyendo el abuso de sustancias y el suicidio.

La urgencia de un enfoque preventivo.

La salud mental debe ser vista como una herramienta de prevención, no solo de intervención. No podemos esperar a que un adolescente intente quitarse la vida para actuar. Se necesitan programas educativos en las escuelas que promuevan la inclusión, el respeto y la diversidad. Es crucial que existan redes de apoyo en los sistemas escolares y de salud, donde los jóvenes puedan acceder a servicios psicológicos sin miedo a ser juzgados.

Un enfoque de prevención requiere también la capacitación de profesionales de la salud para que puedan abordar de manera efectiva las necesidades de la juventud LGBTQ. El acceso a terapia afirmativa es esencial para reducir los riesgos de salud mental en esta población, al igual que la implementación de programas de apoyo en espacios escolares y comunitarios.

El papel de la comunidad y el estado.

El gobierno de Puerto Rico tiene una responsabilidad ineludible en la creación de políticas públicas que protejan la salud mental de la juventud. Se necesitan leyes que penalicen el bullying y la discriminación, así como programas de capacitación para educadores y profesionales de la salud sobre la realidad de la comunidad LGBTQ. Además, la sociedad en su conjunto debe asumir su responsabilidad en la construcción de una cultura de respeto y empatía.

Las iglesias, los centros comunitarios y las familias también juegan un papel vital en la protección de la juventud. El acompañamiento, la afirmación de la identidad y el amor incondicional pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte para muchos jóvenes. Es hora de dejar atrás los prejuicios y abrazar la dignidad de cada ser humano.

La inversión en la salud mental también tiene implicaciones económicas. La falta de atención temprana a trastornos psicológicos incrementa los costos de salud pública y reduce la productividad en la adultez. Un sistema de salud mental robusto y accesible contribuiría no solo al bienestar individual sino también a una sociedad más estable y productiva.

Si queremos un Puerto Rico donde la juventud pueda prosperar, debemos empezar por garantizar su salud mental. La discriminación, el rechazo y el odio no solo destruyen vidas, sino que impiden el desarrollo de una sociedad justa y equitativa. La salud mental es un derecho y una responsabilidad compartida. Invirtamos en ella antes de que sea demasiado tarde.